24 Febrero
El 24 de febrero de 1871, casi 12 años después de la publicación de El origen de las especies, se publica el libro El origen del hombre, por Charles Darwin (1809-1882). Darwin se decidió a publicar los resultados de sus investigaciones sobre el ser humano en el libro The Descent of Man, and selection in Relation to Sex, en el que se establecían las relaciones evolutivas de las distintas especies de primates. Como se puede suponer, este libro supuso una auténtica revolución, con implicaciones, no sólo biológicas, sino religiosas, filosóficas y sociales.
El origen del hombre: la obra de Darwin que desafió al mundo
El 24 de febrero de 1871, Charles Darwin volvía a sacudir los cimientos del pensamiento científico y social con la publicación de The Descent of Man, and Selection in Relation to Sex (El origen del hombre y la selección en relación al sexo). Si con El origen de las especies (1859) había planteado que la evolución es el motor de la diversidad biológica, en esta nueva obra daba un paso más allá: el ser humano no era una excepción en la naturaleza, sino el producto de un proceso evolutivo compartido con los demás primates. Un planteamiento que resultó tan fascinante como escandaloso para la sociedad victoriana.
Desde la publicación de El origen de las especies, la pregunta era inevitable: si todos los seres vivos evolucionan a partir de ancestros comunes, ¿qué ocurre con los humanos? Darwin era consciente de que abordar este tema conllevaba una enorme controversia. Durante más de una década acumuló pruebas y reflexionó sobre el asunto antes de publicar sus conclusiones. Finalmente, en 1871, se decidió a hacerlo, estableciendo un puente entre la biología y el ser humano que cambiaría para siempre nuestra forma de entendernos a nosotros mismos.
En El origen del hombre, Darwin argumentó que los seres humanos compartimos un ancestro común con los primates actuales, basándose en similitudes anatómicas, embriológicas y fósiles. Sugirió que los grandes simios africanos, como los gorilas y chimpancés, eran nuestros parientes más cercanos y que nuestro linaje debía haber surgido en África. Aunque en su época no existía evidencia fósil suficiente para confirmarlo, sus predicciones resultaron ser extraordinariamente precisas.
Además, Darwin explicaba que la evolución no solo dependía de la selección natural, sino también de un nuevo mecanismo: la selección sexual. Factores como el atractivo físico, el comportamiento y la competencia entre individuos influyen en la reproducción y pueden dar lugar a características que, aunque no sean esenciales para la supervivencia, resultan clave en la evolución de una especie. Este concepto ayudó a explicar rasgos aparentemente innecesarios, como las plumas del pavo real o ciertas diferencias entre hombres y mujeres.
La idea de que los humanos y los monos compartían un ancestro común generó una ola de indignación entre sectores religiosos y conservadores. La sociedad victoriana, profundamente influida por la doctrina cristiana, veía al ser humano como una creación única y distinta de los animales. La imagen de un Darwin caricaturizado con cuerpo de simio se convirtió en un símbolo del rechazo a sus ideas.
Sin embargo, el debate no se limitó a la religión. Filósofos, antropólogos y pensadores de la época se vieron obligados a replantearse la concepción de la humanidad. Si el ser humano era producto de la evolución, ¿qué significaba esto para la moral, la cultura o la propia noción del alma? Darwin no pretendía abordar estas cuestiones, pero su trabajo las puso sobre la mesa y provocó un cambio de paradigma.
Más allá de la polémica, El origen del hombre supuso un avance crucial para la biología. Abrió la puerta a la paleoantropología, el estudio de los orígenes humanos a través del registro fósil, y sentó las bases de la genética evolutiva, que más tarde confirmaría muchas de sus hipótesis.
Hoy sabemos, gracias a los avances en biología molecular, que los humanos y los chimpancés comparten aproximadamente un 98,8 % de su ADN. Se han descubierto numerosos fósiles de homínidos que confirman la evolución del linaje humano en África, como Australopithecus afarensis (conocido por el famoso fósil “Lucy”) y Homo erectus, un ancestro directo de nuestra especie.
Las ideas de Darwin trascendieron la ciencia y se infiltraron en otros ámbitos del pensamiento. Inspiraron nuevas corrientes en filosofía y sociología, pero también fueron tergiversadas en interpretaciones erróneas. Uno de los mayores malentendidos surgió con el llamado "darwinismo social", una aplicación distorsionada de la selección natural a las sociedades humanas. Filósofos como Herbert Spencer promovieron la idea de que el éxito y el poder eran reflejos de una “superioridad biológica”, justificando desigualdades y opresiones. Darwin nunca apoyó estas ideas, pero su trabajo fue utilizado fuera de contexto para defender posturas racistas y clasistas.
Por otro lado, el reconocimiento de nuestra relación con el resto de los seres vivos fortaleció el pensamiento ecologista y la idea de que los humanos formamos parte de un sistema interconectado, no separados ni por encima de la naturaleza. Esta visión sigue siendo relevante en la actualidad, en el marco de la conservación de especies y la lucha contra el cambio climático.
Más de 150 años después de la publicación de El origen del hombre, sus ideas siguen siendo fundamentales para comprender quiénes somos y de dónde venimos. La biología evolutiva continúa explorando cómo la selección natural y la selección sexual han moldeado nuestra especie, mientras que la genética y la neurociencia intentan descifrar los últimos misterios de nuestra evolución.
Darwin nos dejó una herencia intelectual que va más allá de la biología: nos enseñó a cuestionar nuestras certezas y a mirar la historia natural con una mente abierta. Su trabajo nos recuerda que somos parte de un continuo, una especie entre millones, resultado de un proceso fascinante que aún no ha terminado.
Hoy, en pleno siglo XXI, seguimos haciéndonos las mismas preguntas fundamentales: ¿hacia dónde evolucionamos? ¿Qué papel jugará la tecnología en nuestra evolución? Aunque Darwin no podía prever el futuro, nos proporcionó las herramientas para entender el pasado y con ello, prepararnos para lo que viene.
Porque la evolución nunca se detiene, y la curiosidad humana tampoco.